Carta-a-tres-esposasLas diferencias de clases -culturales y sociales-, las prioridades vitales y, cómo no, el amor, metidos en una coctelera que Mankiewicz agita (o más bien mezcla cuidadosamente), para servir una inteligentísima comedia dramática en la que, entre otras cosas, en ningún momento llegamos a verle la cara al personaje alrededor del cual gira casi toda esta historia contada a tres bandas. Eso es tener agallas.

Tres amigas, tres señoras bien casadas más una cuarta que se nos oculta: una mujer misteriosa que, a juzgar por los testimonios de unos y otros, es la perfección personificada. Guapa, cultivada, con mucha clase. Antes de que sus amigas/rivales partan para disfrutar de un día de solaz veraniego en el campo les hace llegar una carta a cada una de ellas en la que confiesa que se acaba de fugar con uno de sus maridos. Mal asunto. Pero, ¿con cuál de ellos se ha fugado? La paranoia se desboca y da pie al gran Mankiewicz a fotografiar momentos puntuales en las vidas de estas tres Gracias. Momentos en los que, tal vez, tomaron la decisión equivocada o dijeron lo que no debían.

«Carta tres esposas» tiene una buena carga de ironía, de cierto sarcasmo, y su guión está plagado de afiladísimos diálogos que tienen como diana lo pacato de la sociedad «de bien» yanqui. Los personajes están cortados por patrones rectos, son casi meros estereotipos, modelos ideales para poner de manifiesto sus propias flaquezas. Sirva de ejemplo la mansión del magnate marido de una de las protagonistas, en cuyas estanterías y paredes brillan por su ausencia libros, cuadros o cualquier otro artefacto relacionado con la cultura.

En el reparto, por supuesto, ellas son las reinas. Jeanne CreainLinda Darnell y Ann Sothern. Todas fantásticas, pero si tuviéramos que decantarnos por una de ellas ésa sería la felina Arnell. Esos bellísimos rasgos latinos y una descarada sensualidad supurada por cada poro de su piel la convertían en un inevitable objeto de deseo y, como su personaje, en azote de solteros millonarios. Por su parte, en la «sección masculina», Kirk Douglasbrilla con luz propia. En plenitud de facultades, pocos podían competir con el futuro Espartaco. Demasiado carisma, demasiado talento… Kirk era, simplemente, demasiado.

Lecciones de vida regadas con humor y conducidas por una de las manos más firmes del Hollywood clásico. Pedir más sería propio de avariciosos sin solución.