Mientras España sufría el yugo franquista en todo su oscurantista esplendor, Luis Buñuel hacía las Américas entregando productos de diferente calado; algunos ciertamente personales, como «Los olvidados» o «Simón del desierto», y otros de carácter más bien alimenticio. «Ensayo de un crimen» navega sobre dos aguas en ese sentido; con una historia morbosa e intrigante, muy yanqui en su escenografía, pero plagada de los perversos guiños del de Calanda en cada rincón de esa casa palaciega que habita el protagonista, un asesino en serie (antes, casi, de que se acuñara el término) que nos detalla paso a paso sus crímenes. Un asesino con obsesiones freudianas, un auténtico fetichista y, aunque no era entonces de recibo mostrar algo así a las claras, tal vez amigo del travestismo. Unos cuantos años después, cuando Berlangaestrenó en 1974 su cinta «Tamaño natural», en la que orquestaba una relación entre un hombre (Michel Piccoli) y su muñeca hinchable, Buñuel se levantó en plena premiere y le espetó a su colega un «¡¡¡Pero qué guarrada es ésta, Luis!!!» que resonó en toda la sala. Tal vez olvidaba el director de «Viridiana» que fue él el primero en hacer interactuar eróticamente a uno de sus actores con un maniquí, precisamente en esta «Ensayo de un crimen».
Buñuel, que podía ser muy explícito, pero también muy sibilino, narra los (supuestos) asesinatos de Archibaldo de la Cruz (Ernesto Alonso) barnizando el relato de un tono amable y exquisito; todo es de guante blanco en «Ensayo de un crimen», y el maquiavélicoLuis sitúa en esos escenarios de la alta sociedad y la alta moral a un individuo tan impoluto piel afuera como envilecido y depravado por dentro. En los crímenes de Archibaldo el móvil es siempre pasional o sexual; el niño caprichoso que fue sigue latente en su interior, deseando la muerte de aquellos que no responden a sus deseos, a sus modelos de comportamiento, a su torcida percepción de la realidad. Este psicópata es también el títere del que se sirve Don Luis para colar sus habituales pinceladas chovinistas o misantrópicas. No tiene piedad aquí con las mujeres arribistas, con las hipócritas; ésas que rezan el rosario por la mañana y yacen con el marido de otra por la noche. Se podría pensar que Buñuel fue un machista redomado, si no fuese porque, en el fondo, con o sin engaños, con o sin traiciones, son las hembras las que tienen el poder en esta historia, y ese Archibaldo no es más que una víctima edípica (y bastante patética) de ellas. En cualquier caso, qué bien sabe el buñuelismo mexicano, y qué fácil parece entre las manos del genio el arte de mostrarlo todo sin enseñar nada.
Nota macabra: El mismo día en que se proyectaba por primera vez «Ensayo de un crímen» y prácticamente en el mismo momento en que una muñeca de cera hecha a su imagen y semejanza ardía en la pantalla, la bellísima (y desgraciadísima) actriz Miroslava Stern era incinerada tras haberse quitado la vida unas horas antes, dicen que por mal de amores.