«The insider», «Traffic», «Syriana», todas ellas películas recientes que, valiéndose de la bondad de medios de las grandes producciones, denunciaban los tejemanejes y chanchullos habidos y por haber entre compañías tabaqueras, petroleras, o los narcos, y la política. «El jardinero fiel», siguiendo un estilo similar en el que el drama y la intriga van de la mano, hace lo propio con las grandes genocidas del mundo moderno: las macrocorporaciones farmacéuticas.
La historia nos lleva hasta África, hacia donde parten un diplomático británico y su mujer, una de esas personas que consagran sus días a las causas perdidas, tan llena de vida e ilusiones como de ganas de airear los trapos sucios de los poderosos corruptos. Pero esa escoria omnipotente no tardará en detener sus ambiciones justicieras a balazo limpio. Ahí comienza el periplo de su marido en busca de la verdad, sumido en el dolor por la pérdida de lo que más quería, y en deuda con la causa por la que su joven esposa dio la sangre. Ralph Fiennes y Rachel Weisz ponen rostro y voz a los dos protagonistas y, sencillamente, lo bordan.
Fernando Meirelles ya demostró hace unos años con «Ciudad de Dios» su destreza tras la cámara filmando las idas y venidas de diferentes gangsters de los arrabales brasileños. «El jardinero fiel», sin embargo, requería de algo más. Manejar un gran presupuesto, lidiar con estrellas del Hollywood actual y construir una buena trama. Las medallas son (o deberían ser) para los valientes, y que me aspen si Meirelles no se ha ganado unas cuantas con esta adaptación de la novela de John Le Carré. Dinamismo bien entendido, sin enredos, atrayendo al espectador sin confundirlo. Una elección de actores acertadísima y, de fondo, la mísera belleza de las llanuras africanas.
Un título que no tardará en convertirse en referente del cine de este principio de siglo. Si no, al tiempo…