Es Patrice Chéreau un realizador muy dado a la crudeza y enemigo de eufemismos y cortinas de humo. Ya en «Intimidad»mostraba a las claras los pormenores de la relación sexual de dos desconocidos cuyo único lazo era precisamente el de la carne. Algunos le acusaron de pornógrafo por ello, aunque la opinión de los que consideran pornografía a la recreación de las relaciones entre un hombre y una mujer, sin atender a contextos ni justificaciones, tal vez no deba ser tenida muy en cuenta. Para «Su hermano» el director francés aborda una temática bastante más penosa que la del intercambio de fluídos entre extraños. Cheréau enfrenta el calvario de una enfermedad terminal. Los últimos meses de alguien desahuciado pero que intenta aferrarse a la vida a pesar del trasiego de quirófanos, camas de hospital, enfermeras, y de la impotencia ante el implacable avance del cáncer.«Su hermano» gira en torno al enfermo, pero también se fija en todos los que le rodean, y en los afectos y las emociones que se desatan cuando el ser querido se apaga lentamente.
Con sus formas directas y desnudas, sirviéndose del impresionante trabajo de Bruno Todeschini -un auténtico kamikaze que adelgazó 30 kilos para dar más empaque a su personaje- lo que Patrice nos pone por delante es una cinta dura, incómoda; que nos coloca frente a la cuestión tabú por excelencia: la muerte. Lo que nadie quiere que le cuenten ni que le enseñen, aunque todos tengan que hacer ese viaje más tarde o más temprano. Sin recetas, ni varitas mágicas. Cheréau no pretende enseñar a vivir -ni a morir-, únicamente ofrece un testimonio más de cómo unas cuantas personas del planeta Tierra encaran sus horas más oscuras. No es un trabajo bonito, ni agradable, pero alguien tiene que hacerlo.