La cinta de la debutante Éléonore Faucher es, ante todo, una historia de renuncias: la de esa joven embarazada que decide dar en adopción a su futuro hijo, y la de esa otra mujer que acaba de perder a su único vástago en un accidente. Renuncias voluntarias y renuncias forzosas por obra y arte de la amiga mala suerte. Pero es también la suerte, o tal vez el destino, quien pondrá a la una en el camino de la otra para juntas tratar de resolver sus conflictos y cerrarle la puerta a la soledad.
Película sobre ellas y (quizá) para ellas. Escueta, que no simple, y de una tremenda sensibilidad. Faucher se muestra como una directora sobria, pero al mismo tiempo preocupada por mimar sus imágenes y dotarlas de una fuerza inapelable, sin caer en el narcisismo o la petulancia. Sus dos actrices protagonistas son pura naturalidad y responsables, en buena medida, de que «Las bordadoras» desprenda aromas a sentimientos verdaderos y sinceridad. Capturar pedazos de vida en el cine, como hace aquí la joven directora francesa, y hacerlo con la cantidad adecuada de dramatismo o sensacionalismo es siempre un ejercicio de humildad del que no todo el mundo sabe salir airoso. Como se suele decir en estos casos: ha nacido una estrella.