Menudo zorro el amigo Ziad Doueiri . En la segunda secuencia de su «Lila dice» nos planta delante y a traición a la señorita Vahina Giocante , una belleza rubia de mirada lujuriosamente desafiante y, a partir de ese momento, échenle ustedes un galgo. Cada vez que su historia de amores post-adolescentes en la periferia interracial de Paris amenaza con caer en lo obvio y lo mil veces visto, ahí llegan al rescate las curvas diabólicas de su protagonista femenina.
Lila quiere ser la Lolita de Nabokov , pero se pasa de explícita. Promete caer presa de la lascivia, como Emmanuelle, pero al final recula y no se atreve. En semejante galimatías de erotismo, romance de barrio y realismo social es donde nos mete Doueiri , confiando en que esos rizos dorados que valen su peso en diamantes, el tono moderno que empapa toda la cinta, y un poco de filosofía del asfalto serán suficiente arsenal para acallar las voces discordantes o las quejas ulteriores. Porque, aunque queramos mantenernos firmes, no somos de piedra.