Jimmy-P-Desplechin-2013-críticaEn el cine, como en la vida misma, hay una serie de conceptos de los que uno huye despavorido si el que los empuña no es de esos a los que les tienes ley. El psicoanálisis, la exploración de lo onírico o la figura del profesor/doctor/mentor que reconduce a la oveja descarriada están encerrados en celdas redondas de rotulador rojo custodiadas  por un ejército de signos de admiración. Poco bueno ha salido de ahí y sí montañas y montañas de morralla pseudo-mística y/o moralista.

Arnaud Desplechin, para contar la “historia verdadera” del tal Jimmy Picard, un pies negros, ex-combatiente de la Segunda Guerra Mundial, con la marca de Edipo taladrándole el lóbulo frontal, no recurre sólo a una de las primas de riesgo arriba mencionadas; Desplechin se las mete todas en el bolsillo y se tira al río. Son piedras pesadas. A Virginia Woolf le habrían bastato para desfilar hacia el otro mundo. Pero el francés tira de contención; antes que enredarse en árboles de la vida, hombres de la lluvia o despertares, entiende el drama de su protagonista y, a partir de ahí, de su sintomatología, urde una nada laberíntica deconstrucción mental a base de encuentros entre este Jimmy (que no puede tener otra estampa que la de Benicio del Toro) y un estrambótico discípulo de Freud (que tampoco podría tener otra cara que no fuese la de Mathieu Amalric).

Cuando toca hablar de sueños, de subliminalidades, Desplechin es cercano, realista, sin unicornios ni neblinas fluorescentes. Son los suyos (o los de su indio) sueños con los que identificarse, sueños reconocibles; una versión simplificada de los de su paisano Gondry, que también comprende que lo que sucede entre la duermevela y los primeros parpadeos del alba no es una fantasía de Disney sino piezas desencajadas de la realidad.

Si Jimmy P. fuera un libro de autoayuda, bien podría llevar el subtítulo ‘Encuéntrate a ti mismo’, aunque a diferencia de esos panfletos sacacuartos, la oferta de Desplechin sería sincera. Seguir a Del Toro y Amalric en la búsqueda de demonios internos y traumas opacados por mero instinto de supervivencia es un paseo a menudo doloroso, pero edificante y revelador incluso para los ‘sanos’. Porque… qué bien se hacen las cosas cuando se hacen bien.