En un pasado tan lejano que uno empieza a dudar si realmente existió o si tal vez no fue más que un sueño, los zaragozanos Días de Vino y Rosas cantaban aquello de “sensibilidad, fragancia exacta de mí, en cada verso se deja morir”. No hay lazos visibles entre el grupo que parió a Amaral y Alexandre Lacaze. No tienen nada en común, así que no se confundan. Esto es sólo una elipsis, un truco de periodista vago. Pero el caso es que este juntaletras holgazán no encuentra mejor forma de describir el universo de Lacaze que aquellas líneas de ‘Enemigos’. Desde los días en que ocultaba su liderazgo tras el alias L’Avalanche hasta este salto al ruedo con nombre y apellido por delante, el chansonnier andaluz no ha hecho otra cosa que compartir con quienes estuvieran a la escucha los sonidos de la fragilidad. ¿Acaso es posible tomar conciencia de la belleza del mundo sin a continuación caer de rodillas ante la agresión de la estupidez cotidiana? Tal vez. Con una buena venda en los ojos. Alexandre, para bien o para mal, o incluso muy a su pesar, no gasta venda alguna. Su refugio, la poesía. Sus armas, una guitarra y una voz que ponen el terciopelo en los labios del rock. No me pidan etiquetas, no me pidan géneros ni referentes. No me pidan un tráiler. Si pretenden acercarse a Les recifs de l’espoir con prisas, llegar, ver y a otra cosa, ahórrense el viaje. Si, por el contrario, están dispuestos a sentarse a la orilla de un océano en calma pero que se sabe capaz de arrasar con todo, si tienen la firme intención de paladear lo que cuenta la caracola, qué mares atravesó, qué cicatrices la decoran, qué maravillas la hicieron asombrarse hasta el llanto, entonces la parada y fonda es obligada entre las canciones del arrecife Lacaze.
*Puedes escuchar el disco en lavalanche.bandcamp.com