Días-de-vinilo-2012Cuando uno tiene las ideas tan claras como Gabriel Nesci y conoce como la palma de su mano las fuentes donde parar a buscar refrigerio e inspiración, tal vez puedan acabar acusándote de poco original, de no poner demasiado de tu propia cosecha y sí referirte continuamente a los autores/directores cuya sombra se yergue infinita sobre tu película. Ese es el caso de Días de vinilo, qué duda cabe; pero pedir originalidad o una reescritura de la comedia moderna en pleno 2013 es andar creyendo todavía en el ratoncito Pérez.

Sus paisanos Daniel Burman o Juan Taratuto, Woody Allen y Nick Hornby. De todos ellos toma Nesci algo prestado para desarrollar la historia de cuatro amigos a quienes la adicción a la música unió sin remedio y que ahora, ya bordeando la cuarentena, afrontan las dudas propias de la edad, de lo que pensaban que sería y no fue. Amor, amistad, y crisis de los 40. No salgan corriendo en estampida pensando que esto ya lo han visto antes; también comen ustedes buen jamón y vuelven a por más. Siguiendo con los pilares ‘creativos’ de Días de vinilo, Nesci imprime el ritmo de un Allen envenado, la ironía punzante, absolutamente descreída, de aquel Rob Gordon de Alta Fidelidad –la referencia capital aquí- y lo pasa todo por la batidora porteña de la verborrea sin fin. Puede ser la idiosincrasia argentina el hecho diferencial en Días de vinilo, aunque a Nesci, como ya se va poniendo de manifiesto, no le hace falta hecho diferencial que valga. Su ópera prima no da tregua a la risa, al ‘humor inteligente’ –por muy depauperado y difuso que ante semejante concepto-, y su elenco se licencia cum laude en bis cómica (y en química). Hasta Leonardo Sbaraglia, poco dado a la comedia, deja para la posteridad un cameo salido de madre haciendo (supuestamente) de sí mismo.

Que no le quiten demasiado el sueño a Gabriel Nesci los comentarios sobre lo novedoso de su propuesta. La originalidad es a menudo la tabla a la que se agarran los que se dejaron la inspiración precisamente en una autoimpuesta razia por la reinvención. Si se trata de hacer reír desde el patetismo de unos personajes que en el fondo tienen mucho de cada uno de nosotros, Gabriel tiene cuerda para rato, y eso, la risa, no es nada original. Es un tiempo verbal; sabes conjugarlo o no sabes. That is the question. Por cierto, ¡vivan Los Hitlers!