Repetir fórmulas de éxito nunca es buena idea, ni siquiera aunque tengas en tu equipo a un par de caballos ganadores como Simon Pegg y Nick Frost, probablemente los cómicos británicos más brillantes de los últimos 15 años (con permiso de Ricky Gervais). Si la clave de la popularidad de Shaun of the Dead radicaba en buena medida en su frescura y su descaro al fusionar comedia descerebrada y cine de zombies, de ninguna manera los resultados pueden ser los mismos partiendo de premisas similares; en este caso permutando zombies por extraterrestres. Sabemos que el conejo está ya en la chistera, no importa si es blanco o negro; la magia se ha perdido.
Y sí, en Bienvenidos al fin del mundo tenemos de nuevo a un grupo de amigotes, tenemos alcohol y tenemos situaciones salidas de madre, como en Shaun, pero aquí el tinglado sólo se sostiene por la presencia de la pareja protagonista, el resto es mero accesorio. Frost y Pegg dan el do de pecho, como no podía ser menos; destilan química y bis cómica, en especial el canijo pelirrojo –que co-escribe el guión junto a Edgar Wright-, absolutamente desbocado en su papel de Peter Pan macarra y permanentemente beodo. Ambos se bastan y se sobran para arrancar las carcajadas del respetable, el problema llega cuando cualquier secuencia de Bienvenidos al fin del mundo en la que sus respectivos personajes ceden protagonismo a otros o a la propia trama se queda huérfana, no interesa. No interesan las escenas de acción; demasiado depuradas, demasiado alejadas del espíritu chapucero de Shaun of the Dead, y desde luego no interesa el argumento alienígena. Nadie se va a sumergir en Bienvenidos… en busca del monolito.
Hasta los hermanos Marx tenían sus tropiezos si el guión fallaba. Sobra decir lo que sucede en pleno 2013 si el guión brilla por su ausencia y tus estrellas, aunque bien dotadas parta la comedia, no son Groucho ni Harpo. Hay quien debe pensar que aquello de “segundas partes nunca fueron buenas” de tan tópico ha acabado por no ser cierto. Se equivoca.