Bertolucci vuelve a recurrir al siempre agradecido (e inagotable) universo de las cuitas juveniles, esta vez de la mano del novelista Niccoló Ammaniti, y la tumultuosa relación entre dos hermanos –él un (auto)marginado social, ella una yonqui confesa- condenados a entenderse, y a quererse, entre cuatro paredes de un trastero tras años de separación.
Muy lejos queda esta Tú y yo del romanticismo incestuoso de Soñadores. De aquel trío gestado en mayo del 98 sólo queda en estos personajes una necesidad perentoria por esconderse del mundo; pero sin fantasías, sin idealismos. Son dignos hijos de nuestro tiempo, de la desconexión generacional y una diagnosis emocional de pronóstico reservado. El que no se adapta al sistema sale malparado y rebotado de él, y aquí están estos Olivia (Tea Falco) y Lorenzo (Jacopo Olmo Antinori), cada uno con su cruz, como perfectos representantes de los parias del siglo XXI. Y, claro, sólo entre ellos pueden abrir ventanas a la comunicación, al ‘sentir’.
Don Bernardo logra, pues, transmitir exactamente lo que la historia de sus protagonistas pretende; a pesar de transcurrir casi en su totalidad en un viejo sótano no hay sensación de claustrofobia, sino de libertad. Ahí dentro Olivia y Lorenzo se sienten tan seguros como aquellos soñadores en su buhardilla parisina. El mismo director que dinamitó para siempre en nuestro imaginario la futilidad de un simple tarro de mantequilla tira una vez más de maestría y juega en Tú y yo con ángulos y enfoques, convirtiendo ese espacio cerrado y húmedo en un refugio infinito que, poco a poco, va llenando con el calor humano que sus dos inquilinos se dejaron por algún lado, en algún momento de su breve trayecto vital, y que necesitan recuperar. Que quieren recuperar.
Tú y yo es un emocionante canto a la diferencia, un espaldarazo a las criaturas favoritas de Bertolucci; los olvidados, que diría Buñuel. Mientras Coppola se enreda en carísimas pajas mentales que a casi nadie parecen interesar, mientras Scorsese vive cómodamente instalado en las macro-producciones, Bernardo desnuda su cine cada vez más en una suerte de retorno a la pureza, a los personajes que crecen ante nuestros ojos, a las cuestiones que importan. Gloriosa vejez la suya.