No le asustan los retos a Walter Salles ni parece que las malas críticas le arredren. Sólo se puede concluir eso de quien en su día adaptó los diarios de juventud del Ché Guevara (Diarios de Motocicleta, 2004), recibidos con no poca tibieza por público y prensa, y que ahora se pone al frente del viaje iniciático por antonomasia de la literatura norteamericana: el On the Road de Jack Kerouac.
Esta vez la jugada le sale algo mejor, probablemente porque, a diferencia de aquellas cábalas del idealista Ernesto Guevara veinteañero, el material de Kerouac da mucho más juego. Incontables personajes, todos ellos fascinantes de una u otra forma, enredados en infinitas espirales de sexo, drogas, jazz sudoroso y libros. De Nueva York a Denver, de México a California y vuelta a empezar. Sí, cada rincón de la obra del celebrérrimo escritor ‘beat’ es una revelación, y de eso Salles se beneficia enormemente. Sin embargo, el punto débil de On the Road, como ya sucedía en Diarios…, radica en la imposibilidad de pormenorizar una travesía de más de 300 páginas en dos horas de película. La imposibilidad de imprimirle un ritmo mínimamente cinematográfico sin que quede la sensación de que todo está lleno de lagunas; que los matices se evaporan y que los personajes secundarios están trazados a brochazo limpio. Todo lo cual sería tal vez obviable si no fuera porque lo que tenemos delante es la supuesta representación fílmica de un clásico definitivo de las letras del siglo XX por donde desfilan, además del propio autor, Neal Cassady, Allen Ginsberg o William Burroughs entre otros. Poca broma.
Salles captura en cierta manera parte de la esencia de En el camino; nos mete de cabeza en oscuros garitos jazz y perdición, enseña todo lo que hay que enseñar de los padrinos del amor libre y el verano del amor –para regocijo de los fans de Kristen Stewart, por cierto-, da certeras, aunque escasas, pinceladas sobre sus caracteres literarios y, en general, tanto la dirección (y elección) de actores como la cinematografía son notables. Pero no es suficiente para hacer justicia al manuscrito de Kerouac. No sólo quedan en la columna del debe los borrones antes mencionados; de este ‘camino’ se hurta un elemento capital –de hecho, su verdadero motor- en las idas y venidas de Sal, Dean y Carlo a lo largo y ancho de la tierra del tío Sam: el hastío de esa generación de la inmediata posguerra, atrapada entre el puritanismo y los estrictos valores anticapitalistas. Según la cinta de Salles, es el hedonismo sin límite y la locura de juventud la brújula que los guía a todos ellos, algo quizá cierto, aunque con mil objeciones en el caso de Dean Moriarty/Neal Cassady, pero sólo en el suyo. Para el resto, la marihuana, los tríos o las vibraciones opiáceas de la música negra suponían un medio, no un fin. Un medio para dinamitar, o tratar de dinamitar, esas asunciones sociales que les apretaban el pescuezo como la soga al ahorcado.
Podría decirse, pues, que On the Road es la visión actual, para las generaciones actuales, de lo que Kerouac dejó escrito sobre los jóvenes de entonces. Como en el mundo de hoy, el sexo más o menos explícito y el desfase sin causa se imponen a la poesía y las cuitas existenciales. En el año 2013, en el cine, lo primero es mucho más tentador y vende mucha más entradas que lo segundo. Tan simple como eso. Y aunque Salles se muestre muy respetuoso con esa novela que, como a muchos de nosotros, debió enamorarle de adolescente, el signo de los tiempos le lleva a mutilarla sin remedio.
Moraleja: quien no quiera leer En el camino no merece saber nada de sus protagonistas. No le interesa saber nada de ellos. Y en el caso contrario, ¿qué sentido tiene hacer esta película? Esto no es la saga Crepúsculo ni Harry Potter. Ahora sólo queda cruzar los dedos para que nadie decida defecar sobre la voluntad de J.D. Salinger adaptando El guardían entre el centeno. ¡Leed, maldita sea! ¡Coged el libro y leed!