Tras la máscara de Paul Zinnard se esconde Carlos Oliver, artífice de algunas de las páginas más brillantes del pop-rock patrio primero con The Bolivians y desde hace casi una década al frente de The Pauls. Oliver/Zinnard es un aplicado orfebre de la canción, siempre presto a robarle a sus musas exquisitas melodías. Con ellas ha decidido encerrarse ahora en solitario para desnudarlas de todo lo superfluo y entregar su obra más personal hasta la fecha, “Songs of hatred and remorse”.
En una reseña de tu disco leí algo así como “atrás quedan Bolivians y The Pauls…» pero, la edición de ”Songs of Hatred and remorse” no implica que hayas abandonado The Pauls, ¿no?
No he abandonado The Pauls en absoluto. Creo que el grupo está en su mejor momento, pero sí necesitaba una parcela de soledad que no dependiera de nadie más que de mí mismo y que no necesitara del montaje que requiere una banda de Pop-Rock.
Es obvio que hay conexiones entre el nuevo disco y tu material anterior con The Pauls –hasta hay un concepto parecido en el artwork-. Ahora bien, ¿qué es lo que diferencia al Carlos Oliver que navega solo y el que lo hace en compañía de The Pauls?
Creo que las canciones son la principal diferencia entre Paul Zinnard y The Pauls. Ya sé que suena raro, siendo también el autor de la mayoría de temas en The Pauls, pero creo que el afrontar un proyecto en solitario me ha obligado a un esfuerzo extra. No he tenido a nadie cerca para solucionar mis errores ni para convertir pasajes inacabados en música. Probablemente eso me ha hecho llevar las canciones más lejos que de costumbre.
¿Y cuál es la historia de ese alias, Zinnard?
El nombre de Zinnard es totalmente inventado. No sé de dónde salió, lo tenía pensado hace ya mucho y no recuerdo de dónde lo saqué. Creo que de la manga directamente.
Cohen publicó un “Songs of Hate and Love” hace más de treinta años. Amor y odio, ying y yang… pero lo tuyo son “canciones de odio y remordimiento”. De entrada ya podemos esperar que, cualquiera que sea la historia que tengas que contar, termina mal…
No siempre el odio es un sentimiento completamente negativo, y posiblemente este disco es un buen ejemplo. El odio es a veces liberador, casi necesario. El remordimiento a lo mejor es más negativo por la culpabilidad que lleva dentro, pero aún así las canciones que yo considero de remordimiento dentro de este disco no llevan carga de sufrimiento, más bien de declaración y relato. Desde luego el título ha sido de las cosas más inamovibles en la historia de este trabajo.
Lidiando con sentimientos tan profundos o tan enraizados como esos con los que lidias en “Songs of hatred and remorse”, ¿no te habría sido más sencillo hacerlo en tu lengua materna?
Francamente, considero el inglés mi lengua materna a la hora de escribir canciones. Es la que he usado siempre, con alguna excepción, y no hay demasiada reflexión adicional al respecto a estas alturas.
Hank Williams decía algo así como que para cantar como un hillbilly uno tenía que haber olido mucho estiércol… Para esto del ‘americana’, el nuevo folk, o como quieras llamarlo, ¿no hay ese tipo de normas no escritas?
Estoy de acuerdo con que para hacer algo hay que mamarlo y vivirlo. La canción no es una cosa en sí misma, no existe como ente aislado; está hecha de penurias y alegrías y si no es así no es una canción, es una melodía con letra. Por otro lado también estoy seguro de no tener nada que ver con Hank Williams ni de hacer americana.
Hay una especie de reflexión en tu sitio web, no sé si propia o ajena, que dice lo siguiente: “Mi madre me dijo que estuviera atento, y no lo estuve. Me hice músico, después compositor… quise salir de eso, pero no encontré nada mejor”. ¿Así te sientes con respecto a la música?
Francamente, sí. Creo que todo músico ha pasado por una fase en la que ha llegado a odiar lo que hace, porque es fácil sentirse perdido cuando uno sólo tiene música en la cabeza. Aunque si eres músico de verdad pronto te das cuenta que no hay nada más emocionante y duradero que hacer música.
¿El escenario se disfruta más a solas?
No se disfruta más a solas pero sí se domina más. A solas en el escenario la canción te lleva y no hace falta mirar a nadie para decirle dónde vas.
Vivimos en la era de la banalidad, y la música, como producto de consumo masivo que es, está a la cabeza de esa banalización. Cuando uno trata de crear algo con ‘miga’, con sustancia, entre tanto poseur, ¿no se siente como el dueño de un pequeño restaurante de comida casera emparedado entre un McDonald’s y un Burger King?
Creo que uno tiene la obligación de hacer la música que tiene dentro. Si ésta encaja en una discográfica grande y es masiva no va a dejar de ser auténtica por el hecho de que la escuchen millones. Desgraciadamente la manera de hacer frente a la crisis de las grandes discográficas ha sido quejarse y buscar artistas en lo realities televisivos, en lugar de buscar en las salas de conciertos y garitos como hicieron en su día los que paradójicamente fundaron esas mismas compañías. Pero, respondiendo a la pregunta, no me preocupa lo más mínimo lo que hagan los demás. Las grandes discográficas tienen el poder de inundar de basura o de gloria las radios, pero en ningún caso de impedir que nosotros hagamos lo que tenemos que hacer.
¿Cuál fue el último grupo ‘joven’ que te impresionó?
Los Arctic Monkeys, creo que han renovado el paisaje con muchísima fuerza.
Aunque el futuro no está escrito, ¿qué te gustaría que se leyera en el tuyo?
En mi bola de cristal veo muchos conciertos como Paul Zinnard y un nuevo disco de The Pauls en septiembre. Eso sí, rodeado de felicidad (sin remordimientos).