El-enigma-de-Kaspar-HauserEl siempre inquieto e inconformista Werner Herzog reflexiona en«El enigma de Kaspar Hauser» acerca de cómo un hombre que ha vivido enclaustrado en un oscuro sótano desde el día en que nació, sin estímulos, sin comunicación ni afectos, responderá al choque -porque se trata de un impacto en toda regla- con otros individuos, con las normas sociales o con los razonamientos más básicos. Un cerebro que durante tres décadas se ha encargado tan sólo de masticar pan duro, beber agua de un cubo y dormir, de repente despierta al mundo de los sentidos y la razón. ¿Liberación o condena? Ésa es la cuestión que sobrevuela el relato de Herzog . Kaspar es una criatura más cercana al monstruo de Frankenstein que al pequeño salvaje. Está indefenso, paralizado; ni siquiera tiene una jungla a la que poder regresar y en la que poder ser el rey. Es como un niño que absorbe más información de la que puede asimilar.

Tras los mimbres de fábula filosófica Herzog encierra no pocos reproches para los «hermanos civilizados» con los que se tropieza su protagonista. Desde los hombres de Dios hasta los hombres de Ciencia, todos sojuzgan a ese infeliz que sólo parece dispuesto a aceptar aquello que su lógica primaria e instintiva es capaz de comprender. El director de «Fitzcarraldo» rodea a su actor principal, Bruno S. -un prodigio de expresión corporal- de toda una serie de personajes extravagantes y contrahechos. Y no es en absoluto casual que sea precisamente el propio Kaspar quien luzca un aspecto menos estrafalario. Para Werner los raros son siempre los otros, la mayoría ruidosa y borrega.

El fondo de este «enigma» es una explosión de naturaleza y músicas que abruma. Es ahí donde el alma de documentalista del realizador alemán sale a la superficie. Nunca duda en detener por unos segundos la narración para ensimismarse en la magia de un paisaje; para capturar uno de esos momentos que se van y ya nunca vuelven. Así, mientras Kaspar trata de enseñar a un gato a caminar sobre dos patas -tal y como alguien hizo un día con él-, nos embriagamos de belleza y ternura, para acabar convencidos de que la sabiduría es libertad, sí; pero también infierno.