El-bosque-del-lutoEl hipnótico y sereno bosque que retrata Naomi Kawase es testigo mudo (o quizá no tan mudo) de la relación simbiótica entre una mujer joven que carga en su conciencia con la muerte de su único hijo y un anciano que vive entre estados seniles y el desapego de la realidad que ha anidado en su mente la viudez. Ella encuentra en él los impulsos ilógicos y caprichosos del niño que perdió; pero también una manera menos dolorosa de aceptar la muerte. Él hace de ella una cómplice, una compañera de soledades.

Dentro de «El bosque del luto» se respira sobre todo calma. La naturaleza muerta es el tercer personaje que Kawase pone sobre el tapiz y la captura en toda su neblinosa belleza. Un marco idílico que completa con esas dos almas perdidas y unidas en el dolor y la ternura. Sin lugar para la estridencia y con los biorritmos bajo mínimos este pequeño cuento nipón de fidelidades post-mortem sugiere mucho más de lo que muestra; mece y acuna los sentidos antes que agitar la conciencia. Es un órdago de intimismo que lanza su directora en tiempos, éstos, nada propicios para la sublimación del silencio. Una apuesta valiente la suya, qué duda cabe, aunque no esté destinada a satisfacer a todos los públicos. Y no se trata de edades, sino de capacidad para la paciencia; para la plácida contemplación del mundo.