CaramelSer una explosiva belleza libanesa de ojos abracadabrantes es algo que Nadine Labaki debe tal vez agradecerle a los genes y a la buena alimentación. No hay mérito en ello, sólo es cuestión de probabilidad. Sin embargo, retratar a un grupo de mujeres de entre 25 y 65 años (ella incluida) en una crónica vitalista y muy real de sus desdichas, sus inseguridades y sus torpezas, eso sí que hay que colocarlo en el haber del talento de Nadine como directora y guionista; unas capacidades que le han servido para colorearlo todo de autenticidad y detalles que a priori pueden parecer superfluos o intrascendentes pero que colaboran al verismo de esta fotografía a cinco bandas de la condición femenina, donde los «machos» sólo hacen acto de presencia (física o figurada) para tocar las narices.

En el trasfondo de «Caramel», por supuesto, los retrógrados códigos sociales y morales del Líbano, aunque el cometido que se autoimpone Labaki no es en absoluto el de revelar las miserias de su pueblo (que las tiene, como todos), sino mostrar al mundo un día a día, una cotidianeidad mucho más «normal» y occidentalizada de lo que se podría sospechar. Su cinta no está llena de velos y burkas, sino de vitalidad, de luz y, como en la vida, llegan eventualmente el drama y las risas.

Así son las Gracias de Nadine Labaki, hermosas (muy hermosas) por fuera, pero aún más bellas por dentro. Hay una nueva estrella en cielo, y no en Belén, sino en Beirut.