El programa de televisión más cochambroso, cutre y delirante no lo emite, por extraño que parezca, ninguna de nuestras cadenas nacionales. De hecho, ni siquiera vuela a través de las ondas hertzianas, sino que lo lanza desde la pantalla del cine el rumanoCorneliu Porumboiu directo hacia el podio de las mejores comedias de los últimos meses. Comedia que nace desde el patetistmo y la miseria, eso sí; pero comedia al fin y al cabo. Así, un debate televisado sobre la revolución rumana de 1989 da pie a Porumboiu a descargar una batería de dardos envenenados al país del dictador Ceaucescu, que se desmarcó del comunismo para caer en esa especie de limbo en el que sobreviven la mayoría de los países del Este que un día abrazaran las doctrinas de Marx.
Con unos medios irrisorios (tres actores, un par de cámaras y poco más) Porumboiu se basta y se sobra para metamorfosear la caótica situación nacional en esta tertulia salchichera de una remota cadena local. Por ella desfilan un vejete contando batallitas, un borrachín reclamando la gloria de heroicidades en las que nunca tomó parte y un presentador con ínfulas de grandeza pero amargado por un operario de cámara que no sería capaz ni de enfocar correctamente ni la estatua de la Libertad. Es la manera que tiene el realizador rumano de reducir a la mínima expresión argumental y presencial el lamentable estado de Rumanía, aunque con niveles máximos de sarcasmo y autoparodia.
Gran revelación la de Porumboiu, un tipo brillante al que intentaremos seguir la pista siempre que las distribuidoras nos lo permitan. Por si acaso, pongámosle un par de velas a San Billy Wilder.