la-amenaza-andromedaRobert Wise la gloria de los Oscar le llegó con productos tan alejados de la ciencia-ficción como “West Side Story” o “Sonrisas y Lágrimas” –recogió un par de estatuillas con cada una de ellas- y aunque a buen seguro aquello fue suficiente para saciar su vanidad, tal vez le habría gustado a Wise ligar esos reconocimientos de la Academia a su fascinación por el espacio, por el infinito y más allá, plasmada en un buen puñado de títulos imprescindibles del género, empezando por la icónica “Ultimátum a la Tierra”. Su robot Gort se convirtió en una figura tan reconocible como la androide de “Metropolis” o la Marilyn de Warhol. Aquel fue su pasaporte a la eternidad, pero 20 años después, cuando la carrera de Robert como realizador en activo tocaba a su fin y Hollywood se deshacía, día sí día también, de viejos dinosaurios como él, Wise se despachó con esta apasionante caza al organismo extraterrestre que es“La amenaza de Andrómeda”, escrita por el inefable Michael Crichton, cuya historia no se desarrollaba a un millón de años luz de nuestro planeta sino en secretísimos laboratorios del gobierno y cuyos alienígenas, en vez de monstruos verdes de cuatro dedos, llegaban en forma de microorganismos absolutamente letales. Una carrera contrarreloj para derrotar al diminuto ente en cuestión bajo toneladas de acero en el desierto de Nuevo México.

Wise muta en documentalista a pie de probeta en un clima de claustrofobia e hiperactividad, lanzando una avalancha de datos, cifras e hipótesis que, entendibles o no por el espectador medio, van generando en él una inevitable desazón gracias al soberbio crescendoimpuesto desde un guión brillante donde no falta el tremendismo habitual de la época de la Guerra Fría, pero eficaz como los lásers que manejan sus protagonistas si de lo que se trata es de despertar el ansia de la bancada por conocer los misterios que encierra un pedazo de roca de una micra de tamaño. A pesar de los excesos que son de esperar en cualquier producto al uso de los 70, “La amenaza de Andrómeda” hace gala de un futurismo aséptico, en línea directa con “2001”, que ha aguantado razonablemente bien el paso del tiempo, y no es menos remarcable el rigor científico con el que todo parece desarrollarse. Todo ello en una cinta inmerecidamente ninguneada en favor de otras cuyos autores gozan hoy por hoy de más caché. Sin embargo, si Robert Wise consiguió mantenernos más que despiertos durante dos horas largas estudiando los niveles de aminoácidos de un meteorito o su resistencia al CO2, eso le corrobora, sin duda, como miembro de una raza de prodigiosos embaucadores extinta hace mucho, mucho tiempo.