Hirokazu Koreeda lleva a los bajos fondos del Japón feudal un poco de humor con el que relajar los enfrentamientos generados por ese absurdo sentido del honor y la vendeta del que hacían gala los belicosos nipones. Allí, un samurái de dudosa destreza con la espada, pero digno y sacrificado como el que más, pasa sus días oculto en una aldea infecta aguardando el momento de vengar la muerte de su padre.
El director japonés se ríe sin complejos de los viejos usos medievales de sus compatriotas e incluso hace gala de un cierto sentido escatológico de la comedia. Aunque ahí se acaban las bromas, en el texto que plasma el guión, porque el resto es cosa seria: la escenografía de es imponente, tanto como la miseria y la indigencia en la que viven todos sus personajes, igualmente fotografiada con mimo por el autor de «Nadie sabe».
«Hana» podría ser el punto en que confluyen el perfeccionismo y el metraje siempre generoso de Kurosawa con la ordinaria despreocupación de Yasujiro Ozu. Y es que Japón, bien «contado» y (re)construido, y hay que reiterar que en ese aspecto el cine de Koreeda es sobresaliente, es siempre un universo bizarro y fascinante al que apetece asomarse de vez en cuando.