Con «Cartas desde Iwo Jima» Eastwood corona el que ha sido el proyecto más ambicioso y mastodóntico de su carrera como director. Relatar una de las batallas clave en el devenir de la II Guerra Mundial -en lo que se refiere al frente nipón- desde el punto de vista de ambos bandos en liza. «Banderas de nuestros padres»dio cuartel a los americanos, y ahora era el turno de los hijos del Sol naciente.
Rodada íntegramente en japonés, «Cartas…» conserva todas las virtudes del primer capítulo de la incursión bélica de Eastwood : secuencias de guerra mostradas en todo su atroz realismo y una excelente fotografía en tonos fríos y apagados que nos contagian de la desolación del campo de batalla. En el apartado técnico es simplemente la misma película desde otro ángulo; pero si hay algo por la que «Cartas…» supera a su predecesora es por su forma de mostrar el lado humano de la contienda, retratando a todos esos soldados que se dirigen sin solución hacia la derrota, que van a morir y lo saben. El fanatismo y el enfermizo sentido del honor de los japoneses que les lleva al suicidio masivo como alternativa a la humillación de ser capturados por esos enemigos que, a fin de cuentas, no son muy distintos de ellos: simples parias enviados al matadero para defender los intereses de los de siempre. El mensaje de ambos filmes es claro: en la guerra no hay buenos ni malos, sólo muertos y, en todo caso, los malnacidos y los inmisericordes campan en igual número bajo una u otra bandera.
El gran Clint Eastwood no solo añade otra obra maestra a su curriculum, sino que además lo hace componiendo uno de los manifiestos antibélicos definitivos que viene a sumarse a tótems de la talla de «Johnny cogió su fusil» , «Senderos de gloria» o «La delgada línea roja» . Para repudiar la guerra hay que mostrar la guerra como Clint lo ha hecho, a las claras, con sus -pocas- glorias y sus -muchas- miserias, pero sobre todo con toda su locura. Además, con este doble cuadro Eastwood hace de la ecuanimidad su guía. Nadie puede acusarle de patriotero o tendencioso porque, de nuevo, todo se reduce a hombres matando hombres. Siempre habrá algún motivo para guerrear, pero siempre habrá también quienes, como Eastwood , traten de poner un poco de cordura y objetividad encima de la mesa.