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Vivimos en una sociedad que estigmatiza el dolor, que lo aparta a empujones, que se avergüenza de estar triste. La alegría y la voluntad por estar aquí, allí, en todas partes, con todo el mundo, parece nuestro estado natural, parece lo deseable, siempre. Los eventos, el “yo estuve allí”. Pero la tristeza o el abatimiento hay que consultarlos con el psiquiatra y, a poder ser, remediarlos rápidamente con pastillas de la felicidad que nos ayuden a participar en un juego que, quizá, ni siquiera es nuestro juego. Ni el mío, ni el tuyo. Aunque eso no importa, hay que participar. Los últimos no serán los primeros en esto de perseguir el bienestar que alguien ha decidido que debes perseguir.

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