Su madre no le parió con el “don del pugilato”, como dice él, aquel 21 de julio de 1971 en Sant Boi, territorio comanche. Doña Magdalena Romeu tampoco había traído al mundo a un aspirante a disputarle a Guardiola la supremacía en el centro del campo de los cadetes culés. No era guapo, no era feo, ni alto ni bajo. Kiko Amat iba de cabeza a la Zona Franca de Barcelona. Así fue, de hecho; llegó a probar durante unos meses las mieles de la cadena de montaje de la SEAT. Pero una rara cualidad iba a salvarle de los monos azules y la ficha a las seis de la mañana: su verborrea impenitente, la capacidad para articular esa ofensa oportuna –o inoportuna, depende- que sólo se puede contrarrestar con una patada en la entrepierna, e incluso para evitar la lluvia de coces tenía Amat recursos delirantes, como ahora leerán
Agilidad mental y lengua bífida. La política habría sido una opción, incluso la abogacía; pero Kiko Amat iba a ser escritor. También periodista y columnista; pero escritor, siempre escritor. Porque el tipo que se ha paseado por La Vanguardia, El País, Rockdelux; el firmante de ‘Rompepistas’ (Anagrama, 2009) o ‘Eres el mejor, Cienfuegos’ (Anagrama, 2012) ha tirado siempre de su historia personal para hablarnos de los otros. De eso, de los otros y de él mismo como hilo conductor, trata ‘Chap Chap’ (Blackie Books, 2015), su flamante y generosamente surtida antología de artículos que, bajo la apariencia de un “greatest hits”, esconde una autobiografía salvaje y despiadada. Salvaje y despiadada para consigo mismo, se entiende. Al ‘No niego nada’ que coronaba las memorias de otro buen crápula, Espartaco Santoni, Kiko tendría que subirle un “…porque no puedo negarlo”. Porque, para regocijo de los que observan desde el otro lado del cristal, Amat ha hecho del reality show literario un arte.
Son las 9 de la mañana de un jueves cualquiera y no hace falta tirarle de la lengua ni un milímetro para que desenfunde la ametralladora. Al contrario, hay que ingeniárselas para, en palabras de Broadway Danny Rose, “introducir un concepto en esta coyuntura”. Enseguida queda claro que quien responde al teléfono es exactamente –subrayando ese “exactamente”, poniéndolo en mayúsculas y pasándole el marcador fluorescente por encima- el mismo individuo que, según confiesa en sus memorias “articuladas”, desde que las fotos de sus hijos pueblan su espacio de trabajo no puede siquiera darse al onanismo. Su voz suena igual que sus textos.
¿‘Chap Chap’ es la voluntad de Kiko Amat por trascender, por dejar huella? Tu “yo estuve aquí.
En el prólogo lo dice. Aunque sea un pensamiento un poco mórbido, uno se lo imagina casi como epitafio. En plan: ¿cómo era aquel fulano? Pues mira, era así. Lo que pone aquí. Lo que pone aquí es lo que era ese tío. Y en cuanto a lo de trascender, he tenido conversaciones con algunos escritores que me decían esa chorrada de “sólo existe el ahora”. Pero todas mis inspiraciones de gente del pasado me han hecho como soy. La voluntad de trascender es perfectamente entendible y muy chula. Yo quiero permanecer. Al revés, creo que es un poco pijo decir que no quieres trascender y que para ti esto sólo es un divertimento. Mentira. Como me inspiró a mí John Fante, yo quiero que de aquí a 20 años un chaval coja una mierda de libro mío y diga: “¡Joder! ¡Este es igual que yo! ¡Soy yo!”. Eso es lo que yo quiero.
Como el que dice que no le importa gustar.
Claro. A mí lo que no me importa es no gustarle a todo el mundo. Conviene no gustarle a todo el mundo. Eso sólo puede desearlo alguien lameculos y acomodaticio, y precisamente por ser así tampoco gustaría a todo el mundo.
Has cargado la primera página del libro de citas, de versos de canciones, que hablan del dolor, del cambio. Me quedo con la de Thee Headcoats: “no me gusta el hombre que soy”. ¿Es consecuencia del estado mental en el que te dejó toda esta recapitulación o ya veníamos un poco tocados?
Esto es una pregunta legítima, que se hace en el prólogo, y la pregunta como tal es: ¿qué dio pie a este estado? ¿Yo tenía una crisis y a partir de la crisis empecé a pensar en rebuscar en todos estos artículos, para hacerme una especie de inventario emocional de mi pasado? ¿O fue al revés? ¿Empecé a buscar estos artículos y me provocaron una crisis? No sé cuál de las dos razones es. No he llegado a una conclusión sobre el tema. Lo que sé es que desde siempre, o desde hace mucho tiempo, a pesar de mi grotesca panoplia de defectos, tengo dos o tres atributos y uno de ellos es la autoconsciencia.
Tienes claro lo que eres.
Sí. Esto parece que es de cajón, pero no le pasa a tanta gente. Creo que mucha gente tiene una idea espectacularmente equivocada de quiénes son. Y yo no. Yo sé perfectamente quién soy, sé perfectamente lo que hago, sé perfectamente mis tendencias, cuáles son mis partes oscuras, y también conozco mis menos notorias partes buenas. De ahí vienen todas esas citas que abren el libro. La cita de “no me gusta el hombre que soy” no es una boutade, es una verdad. No me gusta particularmente el hombre que soy, pero no tengo otro.
¿Y a quién le gusta? ¿Cuántos están encantados de haberse conocido?
Ahí está. Yo creo que es muy fácil no gustarte, lo difícil es verbalizarlo. Y explicar por qué. Y tener una conciencia clara de por qué. Haber hecho un análisis moral extenso. Con esto no quiero darle al tema más profundidad de la que tiene. Haber hecho un inventario de las cosas que haces y por qué las haces, y entenderte. Y sin la ayuda de la clase psiquiátrica, que eso sí que es jodido. (se ríe)
Autoterapia.
Eso es. Hacerlo solo como una rata. Con la única ayuda de una cierta borrachez y algún amigote sincero.
Cuando uno se encuentra cara a cara (o cara a portada) con este tráiler-contenedor de 500 páginas lo primero que piensa es que alguien ha pensado que sería buena idea publicar las obras completas del Amat articulista, pero no van por ahí los tiros. Te colocaste voluntariamente delante de toda tu obra. Ha sido una agonía autoinfligida.
No se trataba sólo de hacer un ómnibus meramente recopilatorio y entregar ahí un refrito de cosas. Yo quería revisitar y tratar de comprender lo que había hecho. Y dárselo así al lector. Desde el principio había dos ideas sobre la mesa: proporcionar un libro legible, hilarante, con enjundia, pero sobre todo que fuera una buena recopilación de artículos divertidos. Y esa otra parte de re-examinar la ponzoña. Es lo inaudito de ‘Chap Chap’. Yo no he visto esto en ningún otro autor. Es una compulsión que no veo que haya tenido nadie.
A poco que seas crítico contigo mismo, debe de ser un proceso durísimo.
El reflejo inmediato en la gente que escribe desde hace tanto tiempo te devuelve tu trocito peor, que está ahí, en tus escritos. Mis peores defectos de personalidad están reflejados en algunos artículos, y encontré ejemplos casi para cada uno de los pecados capitales. Eso está muy bien explicado en el libro.
Hay incluso un capítulo para los seis peores artículos de tu carrera. Te va la marcha.
Y cada uno de ellos explica una faceta particularmente oscura, o desagradable, de mi personalidad. Eso me provocó una depresión tremebunda. Porque el pasado se borra muy rápido, excepto para los que tenemos instinto “autoflagelatorio” y tal. Pero la gente tiende a olvidarse un poco de las atrocidades que ha cometido. Lo malo es cuando las dejas por escrito, colega.
En dos respuestas me has tirado por tierra una docena de cuestiones que tenía aquí en el cargador. Sí que te conoces bien, sí.
¡Cómo no me voy a conocer! Vamos a ver, la mañana después de una borrachera te puedes acordar de aquella barbaridad holocáustica que le soltaste a una tía en la barra, pero al cabo de unos días lo habrás olvidado. Es pura supervivencia. O sea, habrás querido olvidarlo. Todo tu cuerpo conspirará para borrar aquella frase ominosa y vergonzosa que le soltaste a la tía.
Lo terrible es sentarte esa mañana delante del ordenador y escribirlo.
¡Para que lo lea todo el mundo! Eso no hay quien lo olvide. Se olvida porque los periódicos pasan y ya no se localizan, las webs caen… Pero yo lo he vuelto a publicar. ¡Ahí está la parte ardua y lamentable de todo esto! Y un poco lacrimógena. Que yo lo he tenido que leer y se me caía la cara de vergüenza. No sabía dónde esconderme.
Y las únicas calamidades que no tenías por escrito también las despachas. El libro comienza con una pequeña autobiografía de tu infancia, tu árbol genealógico.
Pero esto había aparecido en mis novelas. Yo soy un autor bastante autobiográfico. Aquí está con nombres y apellidos, pero ‘Rompepistas’ se parece mucho a mi infancia.
Leyendo esa parte me pregunté: ¿por qué no ha escrito una autobiografía con todas las de la ley? Luego empiezas a leer los artículos y entiendes el porqué: Kiko Amat ya ha contado su vida, artículo a artículo.
Claro. Para mí eso no era negociable. Cuando empecé a escribir, lo que yo hacía no lo hacía nadie. Y estaba muy mal visto; la gente se reía de ti directamente si utilizabas el “yo” en los artículos. Se consideraba algo de patanes, como de no haber ido a la universidad y que no te hubieran enseñado nunca que el periodista no podía participar, que su personalidad no podía filtrarse en los artículos. Pero, claro, a mí… Primero, nadie me había dicho que eso no se podía hacer, y segundo, no era lo que a mí me gustaba leer. Yo había leído siempre a periodistas y columnistas ingleses que escribían en primera persona. Siempre lo hacían. Su estilo era escribir en primera persona, y era lo que les hacía cercanos y entrañables. Les llegabas a conocer mejor gracias a aquella intromisión de la primera persona, del entorno, la familia, el bagaje… Al final le acababas conociendo, se acababa convirtiendo en alguien cercano. Y yo siempre quise hacer esto. Aunque hablara de cosas que me pirraban y que me interesaban, quería también explicarme a mí. Había dos narrativas paralelas. Quería hablar de ‘Aterriza como puedas’, pero quería hablar de “yo” viendo ‘Aterriza como puedas’ de niño y por qué me impactó. Y en cuanto al prólogo, a esa autobiografía, la influencia es Jardiel Poncela. No sé si fue en ‘Cuatro corazones con y marcha atrás’, o alguna de las primeras obras, donde aparecía una biografía de Jardiel que me gustó más que la propia novela. Era él explicándose. Explicando todo de él: su alma, su altura, su fealdad.
Yo tengo una mosca cojonera detrás de la oreja ahora mismo. Kiko Amat siempre habla de Kiko Amat, ahora bien: ¿habla de la imagen de sí mismo que quiere enseñarle al mundo?
Es una pregunta también muy legítima. Yo he visto a gente que tiene un personaje. Los he visto, los conozco. Y me alarma y me espeluzna la gente que tiene un personaje que es tan distinto a cómo son en realidad. Esto sucede mucho con las personalidades digitales, en internet. Gente que tiene una personalidad eminentemente agresiva, o eminentemente viva la virgen, y luego te los encuentras y son guiñapos sollozantes y pajeros que están en un rincón del bar sin hablar con nadie. (Risas) En mi caso, hay una pequeña parte de personaje, de hipérbole, evidentemente, porque un tío así no podría andar suelto por la calle. Estaría entre rejas. Pero esa hipérbole que le he aplicado a mi Kiko Amat pequeñito que aparece en los artículos se parece de forma espectacular a como soy de verdad. Yo soy así. Lo que pasa es que, claro, los mecanismos de comicidad me exigen que me pase aún más. Pero ese tío es muy, muy parecido a como yo soy. Te lo garantizo. (Se carcajea). Y eso es lo que lo hace ridículo y cercano.
Como Woody Allen.
Woody Allen está claro que es muy parecido al fulano que sale en sus películas. Muy parecido. Cogió y destiló partes de su personalidad. A lo mejor dejó alguna fuera, pero luego, si te lo encuentras y hablas con él… Bueno, ahora a los putos 90 años ya no sé. (Risas) Habrá desarrollado neuras nuevas. Pero seguro que te lo encontrabas hace 20 años y se parecía mucho a sus personajes.
¿El personaje, basado poco o mucho en ti, puede llegar a devorarte?
Esto lo explicaba muy bien Caitlin Moran. Caitlin ha desarrollado un schtick, como le llaman los ingleses. Es como la marca de la casa. Las cosas que utilizas y que te hacen conocido. Ella ha desarrollado un personaje extrovertido, canalla, mordaz, que todo el día habla de pajas y de feminismo… Se ve que es un personaje, pero es un personaje con calado, que no es alguien frívolo y banal soltando chorradas, y, sobre todo, es un personaje que es ella.
¿Es ella siempre?
No es ella siempre. Si te la encuentras a las 7 de la mañana, recién levantada, no te soltará una broma sobre vaginas. Pero ella es así. Es así, seguro. El personaje sólo es un amplificador de sus defectos y de algunos tics que tiene, pero ella es así. Y el Kiko Amat que sale todo el rato en ‘Chap Chap’ se parece mucho al tío que está hablando ahora mismo contigo en calzoncillos desde su despacho.
No sé si necesitaba llevarme esa imagen en la cabeza. Te hacía en la terraza, con un café, y toda Barcelona a tus pies.
(Se ríe) Qué va. Yo siempre escribo en gayumbos. Como John Fante, que también me han dicho que escribe en calzoncillos. Me enteré una vez. Me hizo mucha ilusión.
Ya has mencionado tú la palabra: autoflagelación. Yo utilizaría otra…
Autocrucifixión…
Sí, esa también te va como un guante, pero estaba pensando, si soy capaz de pronunciarlo sin pegarme un bocado en la lengua, en la autoridiculización. Una autoridiculización controlada: no me digáis nada, que ya me lo digo yo todo.
Es posible. Captatio benevolentiae, como se dice en latín, ¿no? Buscas la benevolencia de la gente exponiendo todos tus defectos. Eso puede ser cierto, aunque tendría que consultarlo con el psiquiatra que no tengo, pero yo no soy de naturaleza tan exhibicionista. Esto me ha dado vergüenza. Ver algunas de las cosas que salen en este libro me da vergüenza. Me sonrojo. En la parte de los peores artículos hay uno, “Premio al mayor capullo de Barcelona”, que habla de una vez que me encapriché de una pájara que no era mi mujer y tal. Una escena en el metro, que cada vez que lo leo me entran ganas de vomitar profusamente. Con lo cual, hay una parte de autodefensa; una vez que haya salido ‘Chap Chap’ todos mis enemigos se van a la cola del paro. Todos. Ya no hay nada que puedan esgrimir en mi contra.
Pero tus enemigos, si los tienes, siempre habrán esgrimido el mismo argumento: este tío no hace otra cosa que escribir sobre él mismo.
Es la frase típica. Pero es que esto no es un insulto, con eso lo que están haciendo es una descripción de mi trabajo. No es ni siquiera una pulla.
¿Es que el periodismo tiene que ser aséptico, inocuo?
Esta conversación la he tenido muchas veces. Simplemente, no tiene que haber un puto tipo de periodismo. Yo admiro a peña como Alberto Arce, o Enric González, o a Jabois. Tíos que son periodistas, que lo llevan en la sangre. Pero yo no soy ese tipo de periodista, de la misma forma que tampoco soy el mismo tipo de escritor que Fulanito de Tal. Esto no es como ‘Los inmortales’, no tiene que quedar sólo un tipo de periodismo. Yo lo que he reclamado siempre. No quiero que deje de existir, por ejemplo, la crítica con visos de objetividad y con pretensiones de infalibilidad, aunque no sea para mí. Ni me habla, ni me interesa. Pero tiene que existir porque hay gente a la que le gusta. Lo único que digo es que también tiene que existir lo otro; la crítica en primera persona.
Críticas infalibles… No sé dónde leí que la objetividad es algo que se puede esperar del motor de un coche, no de una persona.
Es que la objetividad no existe, claro que no. Pero hay gente que quiere pretender que sí existe y quieren leer críticas que van en esa dirección. Pues, oye… En mi caso, todo es una excusa para hablar de mis neurosis y de mi universo. Esto es un pacto, y lo tomas o lo dejas. Esto no es Treblinka; a la gente no se le obliga a subir al vagón. De la misma forma que yo siempre he buscado mis firmas favoritas en prensa musical inglesa, o en donde sea, este es nuestro pacto. A la gente a la que le ha gustado esa primera persona un poco locatis, y excesiva, y muy confesional, que yo he utilizado desde siempre, pues esos buscan mi firma y van a ese tipo de periodismo. Pero, cuidado, una cosa es hablar sólo de ti, y otra es hablar sólo de ti y hacerlo divertido. Esa es la parte difícil. Porque cualquier cretino puede hablar de sí mismo, pero la parte complicada es poner a funcionar el mecanismo de contención, y de fabricación, y de teatralidad que se aplica a una primera persona para que la gente pueda empatizar, para que la gente pueda vomitar, o lo que sea, pero que se convierta en un personaje tridimensional y que tenga un cierto carácter. Y esa primera persona, construida así, es lo complicado y lo que no puede hacer cualquiera. Exige unas determinadas herramientas de transformación que son las que yo tengo. Dicho así queda como muy técnico, pero es que esto no es un vómito, yo pienso mucho en cómo traslado esa primera persona al artículo.
E imagino que necesita uno de vivencias. Te las puedes inventar, pero no sé hasta qué punto.
¡He ahí! Muy bien dicho.
Para eso estamos.
Esto es algo que también conviene decir. Lo que pasa es que suena como si estuvieras alardeando de tu propia vida y, te lo juro, no hay nada de qué alardear. Lo que preferiría sería borrar una gran parte de mis recuerdos. Pero ahí están. Me han pasado cosas un poco… No diría extrañas, porque si las narras bien, como digo en el prólogo, todas las vidas son extrañas. Vengo de un lugar, tengo un bagaje, una educación –iba a decir una “no educación”- que hacen que estas revisitaciones del pasado produzcan una curiosidad mayor que si hubieras tenido una adolescencia mucho más organizada y mucho más convencional. Es algo que no escoges. Ojalá no hubiera vivido muchas de las cosas que he vivido. Ojalá no hubiera vivido en los 80.
Te hubieras perdido esas tanganas con los heavies de las que hablas en el libro.
Mira, no había ni una tía de carne y hueso al alcance. ¡Era horrible! ¿Qué? ¿Que había grupos más guays que los de los 90? Eso a mí no me sirve de nada. Yo canjearía esto en un pestañeo, vamos. Lo cambiaría por haber vivido de una forma mucho más benigna y mucho más amable, y mucho menos segregada sexualmente. Mil cosas que preferiría no haber vivido, pero viví. Qué le vamos a hacer.
Cuando das charlas en facultades, teniendo en cuenta que tú no pisaste ninguna, ¿qué les dices a los alumnos? ¿No pierdan ustedes el tiempo aquí?
¡No! ¡En absoluto! Eso me parecería muy maniqueo, y muy partisano. A ver, yo no creo que tenga que haber una asignatura que sea creative writing. Esto no debería existir. Un novelista no debería formarse en creative writing. Otra cosa es que haya profesores que te hablen de novela y de literatura, y que te enseñen. Eso sí. Pero una asignatura con un diploma que diga que ya eres novelista, esto no debería existir. Es una aberración en términos. Las novelas nunca han salido de una carrera universitaria. A veces, si te toca un Richard Yates, o si Harry Crews te da una clase, eso puede ayudarte a engrandecer tu visión, pero el diplomita colgable… Esto no hace a nadie novelista. Aparte, cuando voy a hablar a estos sitios, de narrativa o de lo que sea, yo sólo les puedo explicar mi versión.
Pero pongámonos en el lugar del alumno de periodismo que tiene delante a Kiko Amat, que se ha hecho popular y se gana la vida como escritor y periodista sin haber pasado por donde ellos han pasado. ¿Qué conclusiones sacarán?
Claro, pero Kiko Amat, que no ha pasado por donde ellos han pasado, ha pasado por cosas peores. (Risas) Porque cuando les explico mi azaroso periplo por el planeta, dirán: coño, casi mejor me quedo en la universidad. Si tengo que pasar por el McDonald’s, y luego la cadena de montaje de la SEAT. Mejor hacer la carrera y callarme la boca… Yo les explico que soy autodidacta. Que es un curro en el que nadie te señala la dirección. Si eres autodidacta vas a tener que leer igual o muchísimo más que un universitario, vas a tener que formarte un universo a partir de retazos de todo lo que digan tus héroes y construir una especie de canon personal, mordisco a mordisco. Nadie te va a dar un índice de lecturas, te tienes que buscar la vida tú solo.
Una vez le pregunté a George Saunders, que precisamente es profesor de escritura creativa, quién enseña al escritor. Si hay o no reglas en la literatura. Él, por supuesto, afirma que las hay.
Yo también creo que hay unas cuantas cosas, pero esas reglas no funcionan para todo el mundo.
¿Reglas formales? ¿Estéticas?
No, reglas del mismo modo que las planteaba Vonnegut. Tu pequeño catálogo de mandamientos. No es universal, funciona para un determinado tipo de narrativa y un determinado tipo de narrador. Pero yo sí que tengo una serie de normas, de normativas. No son normativas que haya aprendido de otros, son cosas que sé que me funcionan para el tipo de artefacto que quiero producir. Vonnegut decía: la simplicidad en el lenguaje no sólo es recomendable, es sagrada.
Y si alguien te lee y se aplica esas normativas, ¿no estará escribiendo como Kiko Amat en vez de como él mismo?
No te creas. Es muy difícil escribir como otro. Esto es una falacia que la gente se cree, y por eso tienen ese temor a empezar a escribir algo y copiar a alguien. Yo a todo el mundo le recomiendo que empiece copiando. Todo el mundo ha empezado copiando. Los mejores grupos de música pop quisieron ser el grupo que había antes que ellos; los Who empezaron copiando a los Kinks, “I can’t explain” es un refrito vergonzoso de “You really got me”, pero luego desarrollaron su propio estilo. Es innato desarrollar un estilo propio. Pero empieza copiando a tus héroes.
La originalidad pura no existe.
Eso está más que claro. Llevado a la práctica es lo que estamos diciendo: copia. En mi primera novela, claramente intentaba escribir como Richard Brautigan, y lo que sale ahí no se parece en nada. Muy vagamente se parece a Brautigan. Pero hasta Casavella copiaba.
¿Hay un cierto vértigo en buscarse las habichuelas dependiendo de la inspiración, del talento?
La palabra inspiración es muy engañosa. Yo no voy al despacho con otra gente. Como te decía, estoy en calzoncillos, en mi casa…
No, si no me lo quito de la cabeza.
Vale, pero tengo mi estudio y me pego cinco horas ahí. Tomo notas por la calle, tomo notas mentalmente. Tomo notas hasta en mis propias nalgas. Estoy todo el rato pensando, y luego por la mañana transformo todo eso, como hacía Camba, en artículos de periódico. Pero estás trabajando, no estás esperando a que te llegue la inspiración.
Desechemos la inspiración, digamos creatividad. Si un día estás algo depre, maldita la gana.
Bueno, los días que estás un poco apesadumbrado el artículo humorístico no te saldrá, o puede que precisamente el artículo te saque de tu infierno mental. Así que también tiene una parte terapéutica el asunto, como antes hemos comentado.
Igual vas a un psicoanalista y acabas quedándote sin cosas que escribir.
No, claro. Si hubiera nacido yanqui, sería carne de diván. Por el montículo de neurosis que acarreo, y daños y cicatrices… Pero yo no vengo de un entorno donde esto fuera posible. De la misma manera que vengo de un entorno donde nadie salía del armario. En mi pueblo no había gays. A ver, claro que había, pero…
Pero no…
Pero no. ¡No había! No había ni uno. En mi instituto no había homosexuales. Y de la misma manera que la gente no salía del armario, la gente no iba a terapia. Era algo poco viril. Que no es que yo crea esto, te hablo de la forma en que crecí.
Aun así no hay malditismo en ‘Chap Chap’ ni en el resto de tu obra, cuando tenías un montón de papeletas para convertirte en escritor maldito, en alma torturada.
Porque a pesar de todo ese bagaje, la voz que habla en ‘Chap Chap’ rechaza y escupe sobre esa versión de la primera persona. El que va de maldito, medio víctima, medio canalla. A mí esta voz siempre me ha creado auténtica repulsión. Yo vengo de todo lo contrario, que es lo que ejemplifica otra de las citas de la primera página: “el humor no rehúye la pena, el humor es algo que le planta cara a la pena”. Es como un gemido. Le planta cara y ahuyenta la pena. Pero nunca contaría muchas de estas historias, que vienen del dolor, con un tono melindroso o lacrimógeno. Lo que haces es lo que hacían mis amigos, de adolescentes, al entrar en un bar y contar el gatillazo de la noche pasada. Lo que haces es quitarle de hierro, mofarte de ti mismo. Hacerlo público para que la gente se tronche y te palmeen la espalda. Este es el diagnóstico y la cura para mis penas. Convertirlas en algo risible.
Hay algo que te preocupa, y es que miras a tus hijos y te preguntas: ¿se habrán dado cuenta ya de…
De que soy un frikazo. (Risas)
Eso mismo. Pero, se hayan dado cuenta o no, va a llegar un día en que lo tendrán ahí, en negro sobre blanco. ¿Esto cómo lo afrontas?
Se dice siempre que la autobiografía sólo se puede escribir efectuando un proceso mental por el cual todo el mundo que sale en ella ha muerto. Porque, si no, nunca la escribirías. O sea, tienes que matar a todo el mundo, mentalmente, para escribir una autobiografía. Yo no hago esto, o no lo he hecho, pero tendría que hacerlo si escribiera una autobiografía –o matarles de verdad, que también-, pero sí que es cierto que para escribir lo que escribo lo que tienes que hacer es cancelar la posibilidad de futuro. No puedes pensar en el futuro, o no harías nada.
Porque todas las “víctimas” del capítulo “Insultos gratuitos” siguen por aquí…
Bueno, en la serie de “Insultos” hay unos cuantos que son gratuitos y luego otros que son merecidos. Pero he puesto las notas a pie de página, y en los laterales, para quitarle gravedad, o para que se entienda que sigo pensando lo que pensaba pero nunca volvería a redactarlo así. De ese modo completamente blitzkrieg y de destrucción masiva. Ahora no haría eso, pero he querido documentar que lo hice.
¿Has leído alguna crítica positiva que fuese divertida?
Ya, pero hay que tener una cierta humanidad. Vengo de un entorno muy cruel, donde imperaba la crueldad y el darwinismo social, y donde, por razones obvias, que las entenderán quienes lean el prólogo, mi única arma era la oralidad, y la procacidad, y ser capaz de humillar al prójimo. En esto soy muy bueno pero, te lo digo sinceramente, no es un talento que me guste utilizar. Una crítica chunga y dura es más fácil de escribir que una crítica elogiosa.
Es más agradecida.
Está chupao. Es más fácil que hacer una crítica elogiosa, y esto lo sabe todo el mundo que se haya dedicado a la crítica. Meterle leña a alguien y que sea supertronchante, es más difícil, pero meterle leña a alguien está chupao. Lo que es más jodido es meterte leña a ti. Y por eso una de las virtudes de ‘Chap Chap’ es la autoleña. Porque puedes buscar una cara más amable de ti. Puedes meterte leña, pero una leña simpaticona: “aah, pero es que yo siempre me dejo las llaves de casa… jajaja…”, esto no es meterte leña, esto una mierda. Saca lo de verdad, la parte de egoísmo flagrante, la parte de crueldad, de vanidad absurda. Todo lo que forma parte del lado oscuro de tu personalidad, que es lo complicado.
Lo sorprendente de esos pasajes es no encontrar ningún puño en la nariz de Kiko Amat.
¿Sabes qué pasa? (le sale la risilla de adolescente cabrón) Esto está explicado en un monólogo que se llama Pelea, que no está incluido aquí. Yo de joven tenía guardaespaldas. (Carcajadas) A todos los efectos. Iba rodeado de guardaespaldas, y entonces podía decir lo que me salía del nabo. Si alguien me tosía, le partían la cara. Hablo de adolescencia pura, eh.
¿Y cómo les pagabas? ¿Con historietas? ¿Con drogas?
No, eran mis amigos. Ya está. Ellos poseían el don del pugilato y yo no. Así que si alguien se metía con nosotros, o conmigo, pues les metían en vereda. Yo a veces no tenía ni que dar la orden. Mis amigos eran muy voluntariosos en ese sentido, y si alguien se propasaba le arreaban un par de cates. Ojo, esto es muy mala educación para la vida, porque cuando cambié de compañías seguía haciendo lo mismo, con la diferencia de que ya no tenía a cuatro o cinco skins detrás, sino que de repente tenía a cuatro indies lánguidos que ya no me servían para nada en cuanto a defensa personal. (Nos detenemos para beber agua, aplacar las carcajadas y asimilar la estampa de esos gangsta indies).
Prosigue…
Entonces sí que me llevé cates. Me empecé a llevar cates cuando desaparecieron mis amigos skins.
Es una buena enseñanza para tus hijos. Niños, nunca os peguéis, mandad a unos skins.
No sé qué decirte, eh. La violencia la he visto bien utilizada e impresiona. Tiene sentido a veces. En ese aspecto no soy nada hippie. Un buen cate a tiempo soluciona muchas cosas. (Se descojona). Es algo terrible decirlo así, pero es lo que hay. En el libro hay dos o tres anécdotas relacionadas con la violencia -en el artículo sobre los heavies, en el de las tiendas de discos de Barcelona- que se convirtieron en auténticas leyendas de la ciudad. De todas formas, aunque no tenga afinidad con el heavy o cualquier otro género musical, eso no es excusa para las cosas que escribí. ‘Chap Chap’ está ahí para ridiculizar al imbécil que las escribió. Esa es la conclusión a la que se llega respecto a las críticas que van a degüello: no seas un imbécil. Parece obvio, pero a veces a uno le cuesta darse cuenta. Si te tienes que reír de algo, ríete de ti. Y la otra conclusión es que, en un mundo con tantos tíos a los que les tocaría ser tus verdaderos enemigos, ¿de verdad vas a escoger a los heavies? (Risas) Gente inofensiva que nunca ha matado a una mosca… Con la de polis, políticos, hijos de puta y ladrones que hay en el mundo, ¿de verdad vas a escoger a los heavies?
Es que es más fácil odiar a los heavies, o a Miley Cyrus.
Ahí está. O cualquier colectivo que nunca te ha hecho nada, o que nunca hará nada, ninguna villanía.
Odiar a Amancio Ortega o a Ana Patricia Botín, públicamente, trae problemas.
También pasa una cosa, que es lo que dice Ricky Gervais siempre. Cuando le echan en cara que se meta con los enanos, porque alguna vez ha hecho bromas sobre la “enanez”, el tío dice: mira, el de los enanos es precisamente uno de los pocos colectivos con el que me puedo meter. Yihadistas o el Ku Klux Klan, no. (Carcajadas) Pero con enanos sí puedo. Y yo creo que a la gente le pasa eso. Te metes no sólo con quien te cae peor; con quien te cae peor y te puedes meter. La gente es un poco cobarde y va con cierta cautela. Y lo entiendo perfectamente.
Pero Gervais se mueve como la sirenita en la incorrección política, no tiene límites, aunque no se meta con el Estado Islámico. Quizá la temática no sea tan importante…
Bueno, lo que te voy a decir ahora es una opinión muy impopular, pero lo que pasa con esto, y el caso de Charlie Hebdo es palmario, es que hay humoristas que no se dan cuenta de que se están poniendo pesados, o que lo suyo es ya una obsesión. Podemos hablar de Charlie Hebdo o de Lenny Bruce. Lenny al principio hacía bromas sobre las querellas que le ponían, hablaba del gobierno, de la censura… Al principio esto tenía mucha gracia, pero al final los shows de Lenny Bruce eran los de un tío que había enloquecido y que sólo hablaba de eso.
Se dedicaba a leer sumarios de juicios en el escenario, de pe a pa.
Ahí es el momento en que ese tío deja de tener gracia. Charlie Hebdo tienen toda la razón en reírse del fanatismo religioso, y todo el derecho, pero cuando el semanario se convierte en un monotema de un tío que ha enloquecido y que sólo piensa en eso. Evidentemente que no es para matar a nadie, ¡faltaría más! Pero ha dejado de tener gracia. Ya no se trata de defender el humor, se trata de ver qué le pasa a esta gente por la cabeza. Y que las bromas pueden hacerse de un modo o de otro, que no debe haber límites, pero hay algunas cosas que son gratuitas.
¿Tú te haces gracia a ti mismo o no es condición sine qua non para hacer reír a los demás?
Por supuesto. Por ejemplo, el artículo sobre “Al salir de clase” que aparece en ‘Chap Chap’ me hace petar de risa. Está fatal escrito, pero me hace una gracia tremenda. Aparte, lo escribí carcajeándome. Es del 97, o del 98, pero me acuerdo como si fuese ahora. Lo escribía entre grandes carcajadas, porque uno de mis atributos –aunque no sé si es un atributo o un defecto- es que yo me hago una gracia tremenda, claro. (Risas) Me parezco graciosísimo. Mucho más de lo que le parezco a la peña. Con lo cual, estos artículos me dan un gran solaz y un gran placer, y como pienso que mucha gente es como yo, si a mí me hacen tanta gracia supongo que a ellos también se la hará. Y generalmente acierto. Pero al primero al que le hacen gracia es a mí.
¿Uno no puede hacer gracia sin pensar que está siendo gracioso?
No, yo creo que aquí sucede como con los stand-up comedians; sabes lo que chuta y lo que no. Pero tu humor empieza por ti. Louis C.K., Gervais, Dylan Moran, las bromas que hacen, las que chutan, son las que más gracia les hacen a ellos, seguro. Partes de una unidad de medida que eres tú. Lo decía Mose Allison: “no soy nada distinto al resto de los humanos”. Claro que me hace gracia ‘Resacón en Las Vegas’, a mí y a un millón te tíos hirsutos del planeta. Es un tipo de humor que le habla a una determinada gente. Cuando haces una determinada broma donde aparece la palabra escroto ya sabes que hay unos cuantos tíos que se van a reír. Eso es así. Eres igual que ellos.
Llevamos tres cuartos de hora de palique y todavía no hemos tocado la coartada original de esta entrevista. Aquí es cuando la primera persona la utilizo yo, porque me interesa mucho saber qué me va a pasar con eso de la crisis de los 40.
A ver, lo primero que hay que hacer es concretar si estamos hablando de género masculino o de femenino. Yo no dudo que las mujeres tengan crisis, desde luego que las tienen, pero son de un tipo completamente distinto al de los tíos. No sé quién dijo esto: una mujer, cuando tiene una auténtica crisis, lo que hace es matar a su familia. No se compra un cochazo ni se tatúa; los mata a todos. Pero yo te voy a hablar de los hombres, que es lo que conozco bien desde dentro… Esto ha sonado un poco gay pero…
Bah…
El hombre, cuando tiene la crisis de los 40, se infantiliza, que es algo que no le sucede nunca a una mujer, porque la mujer hace un autoanálisis mucho más profundo. El tío se infantiliza de una manera auténticamente horripilante. Es muy bestia ver a un hombre en plena crisis, porque lo que ves es a un niño.
¿Un niño o un adolescente?
Sí, un adolescente. Con todos los síntomas, eh. La vanidad, el narcisismo, la lujuria completamente desmedida, el volverse un puto notas… Todo esto son consecuencias directas de sufrir la crisis, y la crisis llega por puro terror. Terror a la responsabilidad, terror a envejecer, a dejar de ser el viva la virgen flatulento y borrachuzo que eras. El tío se aterroriza y efectúa una regresión al último momento de su vida en que fue verdaderamente libre, cuando tenía 18 años. Entonces te tatúas, te pones un piercing en el escroto, empiezas a follarte a cualquier animal o persona que se cruce por delante -o incluso seres de otros planetas-, te pasas el día en bares mascullando idioteces pseudopoéticas, y desarrollas una idea completamente equivocada de quién eres en realidad.
¿No hay algo de las crisis de ahora inherente a nuestra generación? Para nosotros no ha habido un punto de inflexión que separara adolescencia de madurez. No ha habido una mili, nadie se casa a los 24 años y tiene tres hijos seguidos…
Yo creo que la crisis la ha sufrido todo el mundo. Mi padre sufrió la crisis de los 40, pero entonces la sufrían con estoicismo, o con resignación. Estás teniendo una crisis, vale; te jodes y sigues con tu vida. Ahora la gente ve una salida. Ya no se anclan a lo que sea que les ata. En cuanto notan los primeros síntomas ponen en funcionamiento sus impulsos.
Muchos parecen tener la firme intención de seguir haciendo exactamente lo mismo que hacen con 30 o 40 tacos, que es lo que ya hacían con 20, cuando tengan 80. No sé si lo que nos ha hecho falta ha sido una guerra, una hambruna, pandemias…
¡Bueno, no! ¡Dios quiera que no! (Risas) Porque esto no es forma tampoco de crecer. Pero claramente hay un proceso de infantilización general. Míralo por el lado positivo: son más infantiles y se divorcian con más ligereza, pero no mueren en una nube de gas mostaza. Prefiero esto. ¿Que si hubieran pasado por situaciones así de traumáticas serían hombres mucho más rectos y con mucha más capacidad de enfrentarse a cualquier cosa? Desde luego, pero también tendrían mil cicatrices, un shock postraumático. Vete a saber.
Esto puede entroncar con esas cuitas tuyas, lo de si tus hijos se habrán dado ya cuenta de que eres un frikazo. El padre, como figura autoritaria, como abrigo, como ejemplo, tal vez esté en vías de extinción.
Aquí ha habido una ruptura. En los años 50 la gente todavía hacía lo que hacían sus padres, y esto había sido así desde hacía siglos. Bien por folclore, bien por tradición, tus costumbres eran las de tus padres. Esto en los 60, en Inglaterra y en los países desarrollados, no en España, cambió. La gente dejó por primera vez de hacer lo que hacían sus padres. De forma radical, eh. No sólo respecto al curro que elegían, respecto a todo. Ya nadie miraba a los padres como ejemplo de lo que había que hacer. Y en España esto llegó en los 70 y los 80. Nosotros somos de las primeras generaciones que, de golpe, ya no veían a sus padres como modelo a seguir. No teníamos la menor intención de casarnos tan temprano, ni de coger tal trabajo… Todo eso somos nosotros. Lo que no sé es qué pasará con las generaciones de nuestros hijos. ¿Habrá una reversión y lo que harán será volver a tomarnos como modelos? ¿Mis hijos se volverán unos tradicionalistas y se casarán a los 23? Sí que creo es que hay que inculcar una cierta virilidad en nuestros hijos.
¿Virilidad entendida como ser más machotes?
No, no virilidad de macho absurdo de teleserie americana, ni el que pega en el patio a los alfeñiques. (Risas) Virilidad en el sentido de no ser unos lloricas, de no ser unos quejicas, de tener aguante. Esto es un valor de las generaciones anteriores que sí creo que hay que transmitir. No tener autocompasión, no andar lloriqueando. Es algo que veo y no me gusta.
Lo cual no deja de ser consecuencia de haber tenido vidas muy cómodas, aunque demos gracias a los 60 años de paz en Europa. Tú hablas del ambiente hostil en el que creciste. Era un ambiente hostil pero entre comillas, comparado con lo que vivieron tus abuelos.
Claro, claro. Esto está clarísimo. Yo lo que veo en generaciones más jóvenes es una tendencia…
¿Hedonista?
No hedonista, porque hedonista también era yo. Yo era muy hedonista. Me la sudaba todo, me la sudaba el futuro. No, lo que veo es una tendencia quejica. La de una generación –la posterior a la mía, no, la siguiente- que se creyó que todo era jauja. Hasta han salido libros sobre esto, ahí está Dejad de lloriquear (Ed. Alpha Decay). Este tipo de libros hablan de esa generación.
¿La generación que nació, digamos, a mediados de los 80?
Sí. Porque ahora veo adolescentes que vuelven a ser más parecidos a los de los 80. Es decir, ya ven que es una mierda todo. El mundo es una puta mierda y esta gente pues se endurecerá de otra manera. Pero hay una generación en medio, que son casualmente los que estuvieron metidos en el 15M y todo eso, que son muy blandos. No todos, eh. Pero he conocido a muchos. Son gente que no estaba preparada para lo que se les vino encima. Creían que todo lo que les iba a pasar en la vida sería cojonudo. Y eso me parece casi un oxímoron. O sea, yo de adolescente no esperaba que me pasara nada bueno. Nada. Cuando pasaba algo, era una sorpresa tremenda, porque yo lo que me esperaba era horror y terror.
Es la generación que ha crecido en un país…
…de mentira.
En una ilusión de país. Han crecido creyendo que vivían en Suecia.
Totalmente.
La pregunta es, entonces: después del aterrizaje forzoso, ¿cuándo van a reaccionar? Si es que van a reaccionar.
No sé… A menudo, cuando reaccionas, reaccionas con tremenda ira flamígera. Cuando se den cuenta -si se están dando cuenta ahora, porque parece que nadie está despertando del ensueño-, cuando reaccionen, estoy seguro de que saldrán a quemar contenedores de basura, que es la tradición. Lo primero que haces cuando te das cuenta de que te han timado unos trileros en una rifa trucada: hacer arder mobiliario urbano.
Kiko Amat, «Reality show literario».
EC, mayo 2015