¿Es Autocontrol otro de esos manuales baratos de autoayuda? En absoluto. Aunque no cabe duda de que tras su lectura uno se siente, como mínimo, algo más preparado para afrontar (y entender) las malas pasadas que el cerebro nos juega a diario. Pero quizá su título español sea menos ilustrativo, en ese sentido, que el original: ‘El instinto de la fuerza de voluntad: Cómo funciona el autocontrol, por qué importa tanto y qué puedes hacer para aprovecharlo al máximo’. Kelly McGonigal, una auténtica cerebrito empeñada en explicarse y explicarnos por qué hacemos lo que hacemos, por qué no hacemos lo que deverdad queremos hacer, por qué hacemos aquello que nos perjudica, encara su obra convertida en una suerte de Carl Sagan de los mecanismos cerebrales. Si el autor de Cosmos acercaba el universo entero al lenguaje de los simples mortales, McGonigal hace lo propio con la materia gris, la dopamina, la corteza pre-frontal y tantos conceptos que pueden serle ignotos al ciudadano de a pie.
Al tiempo que desgrana sus conclusiones nos da pistas e incluso nos propone ejercicios para controlar al simio salvaje que aún llevamos dentro. Que siempre llevaremos dentro. Sus descripciones de diferentes experimentos relacionados con la fuerza de voluntad en los humanos fascinan y sorprenden; esta profesora de Stanford nos pone delante de un espejo que no siempre queremos mirar y de camino lo riega todo con buen humor e ironía de alta escuela.
Muchos ‘pros’ nos ofrece Autocontrol, y sólo dos ‘contras’. Uno, evitable: la, por momentos, pobre traducción del texto, demasiado literal a la hora de convertir al castellano multitud de giros yanquis. El otro, entendible e insalvable: todo en Autocontrol está orientado a la forma de ser y conducirse de los estadounidenses, aunque poco importa eso, porque las respuestas con las que McGonigal nos equipa –y digo bien, nos ‘equipa’- tienen su génesis cráneo adentro, sea cual sea tu pasaporte.